Los Yuppies
Yuppie (acrónimo para "young urban professional"
“Joven Profesional Urbano”) es un término propio del inglés estadounidense
para referirse a un miembro de la clase media alta entre 20 y 43 años de edad.
Se empezó a utilizar a principios de los años 80 y entró en desuso en gran
parte de la cultura popular estadounidense a finales de esa misma década,
debido en parte a la crisis provocada por el Lunes Negro y a la consecutiva recesión de principios de los
90. Sin embargo se ha seguido utilizando en el siglo XXI, por ejemplo en
publicaciones como National Review,
The Weekly Standard y Details.
En la periferia tercermundista es un término que
pinta por entero los valores que se vende.
Características
El término Yuppie describe el comportamiento típico
según el estereotipo del joven ejecutivo común en Estados Unidos. Básicamente
son personas entre 20 y 39 años, recién graduados en la universidad, que
ejercen sus profesiones y tienen ingresos medio-altos. Además, están al día
tecnológicamente hablando y visten a la moda. Tienen una marcada tendencia a
valorar en exceso lo material, siendo típicas las inversiones en Bolsas de Valores, la compra de
vehículos y el mantenerse a la vanguardia en tecnología (móviles más
sofisticados, notepads, etc.).
El término es, sin embargo, más utilizado de manera
peyorativa para definir al profesional joven, exitoso, arrogante e
“inmerecidamente rico” debido a su búsqueda primordial de su estatus de
Convivencia. La escasez de tiempo y el estrés con el que viven (debido a su
afán por mantener su Statu quo) afectan sus relaciones familiares.
Políticamente hablando, se podría decir que son
mucho menos liberales —el término «liberal» en Estados Unidos describe
tendencias hacia la izquierda política, al contrario que en Europa— que sus
“predecesores”: los Hippies. También se puede decir que son
más liberales que los obreros manuales pero más conservadores que los
considerados “pobres urbanos”.
El
término en nuestro contexto es peyorativo para indicar la desubicación y la
ausencia de valores propios, pero más importante para denotar la imposibilidad
de insertarse productivamente en la sociedad reduciéndose a ser un marginal,
salvo la presencia de padrinos por lazos familiares o de otro tipo.
El
marketing aquí promueve un prototipo de yuppie con un CEO con MBA en e-comercio
y “expertise en business plans”. “El compromiso y la proactividad son
imprescindibles". ¿Entendió? Si no tiene la menor idea de lo que se
requiere, es evidente que usted no forma parte de la nueva generación de
yuppies. Uno que se respete sabría que lo que se está buscando es un “Chief
executive Officer” con un “Master of Business Administration” y experiencia en
planeación de negocios que tenga iniciativa. ¿Todavía no? Esto definitivamente
no es lo suyo, pero no se sienta mal, aparte de que le va a quedar muy difícil
conseguir un trabajo, no es algo para sentirse avergonzado. En castellano claro
y sencillo, el CEO no es más que un jefe, y el MBA es una maestría en
administración de negocios.
Para
los Yuppies arquitectos ni hablar de estudios técnicos, porque en arquitectura
ahí la cosa es peor, al haberse eliminado en sus programas las asignaturas de
matemáticas, de estadística y de cuanto rezago de técnica queda, además de no
saber qué cosa es lógica elemental, no les queda otra cosa que maquillar
asignaturas de “Gestión” en donde de asignaturas sólo tienen el nombre, abundar
ridículamente en programarles asignaturas de “Investigación” que son un saludo
a la bandera y de “talleres de Investigación” que son un gran engaño, en donde
no se investiga nada so pretexto de sus “talleres de diseño”. De esta manera el
yuppie está listo para fungir de arquitecto sin herramientas básicas que le permitan
ser competitivo.
La triste vida de los
'yuppies'
El barrio preferido de los Yuppies en el sur de
Manhattan, en los alrededores de Wall Street, corazón del capitalismo
financiero mundial, construido por y para ellos, se les parece: convencional y
“aspiracional”, impersonal y frío, muy frío.
Por: María Elvira Bonilla
Lo que debería ser el epicentro del buen gusto y de
la sofisticación que el dinero puede proporcionar, o al menos comprar, no es
más que el espejo de unas vidas tristes, las de sus pobladores, los nuevos
esclavos corporativos, condenados a producir dinero, todo el dinero posible,
para otros, a cambio de altísimos salarios y bonificaciones de éxito.
Y me refiero a ellos y a su hábitat y cotidianidad,
porque en Colombia y en el mundo entero son el paradigma de una traicionera
modernidad, a imitar.
Pero lo cierto es que viven mal. Y ello salta a la
vista. Viven en verdaderas colmenas de cemento que más parecen viviendas
multifamiliares, homogéneas, construidas de cualquier manera, eso sí, con
lobbies lujosos y aparentadores, de donde entran y salen cotidianamente, a la
misma hora, esta nueva estirpe de jóvenes profesionales menores de 40 años,
ambiciosos, uniformados y rutinarios, que tienen una sola ruta: Wall Street.
Su mundo es el distrito financiero, donde le
apuestan a la suerte económica del mundo con la frialdad y la audacia de los
jugadores de ruleta, capaces de poner con sus movidas la economía mundial patas
arriba y llevar a la quiebra a millones de ahorradores, como ocurrió en 2005.
Un centro de decisión capaz de doblegar a los poderosos del mundo, incluyendo
al presidente Obama, quien en el pico de su popularidad y poder no fue capaz de
regularlos, de meterlos en cintura, y terminó por el contrario dándoles el
oxígeno para que se recompusieran, sin la menor culpa o rubor.
La significativa transformación del extremo sur de
la isla de Manhattan responde a las necesidades de vivienda cercana a sus
sitios de trabajo de esa joven élite tecnocrática. Contó con el apoyo del
alcalde Bloomberg, que durante sus 11 años orientó una millonaria inversión
para la recuperación de espacios públicos a orillas del Hudson, un área sumida
en el abandono. El resultado, una suerte de ciudadela formalmente ideal y
amable, pero artificial, sin el bullicio de las calles habitadas por sus
vecinos ni las sorpresas propias de las ciudades construidas de manera natural
y progresiva con el esfuerzo de la gente y no la simple inversión pública.
Incluso la huella física del terrible ataque del 11
de septiembre de 2001, la herida urbana que dejó, ya ha cicatrizado por el
desarrollo inmobiliario y turístico que enmarca el barrio de los yuppies.
Un barrio curiosamente con uno de los más altos
índices de natalidad de Manhattan. Los yuppies tienen al menos tres hijos, como
símbolo de estatus que expresa tanto su recién adquirida prosperidad económica
como su confianza en el futuro del mundo que controlan.
Mientras las parejas
pasan los días enterradas en las oficinas, el barrio queda en manos de latinas
y caribeñas indocumentadas, las nannies, encargadas de cuidarles los hijos con
los que poco están por su entrega a una esclavitud laboral pagada con un dinero
que poco disfrutan. Se les olvida, como diría García Márquez, que no hay nada
más hermoso que vivir. Algo de lo que los yuppies poco saben.